Estábamos a mediados de julio de 1965. Acababa de finalizar el exámen de Fisiología de segundo curso de Medicina; la asignatura más dura de la carrera impartida por el Profesor más brillante de aquella Facultad y el más duro también. Eramos 600 alumnos en el examen, un examen largo y complicado que había implicado largas noches sin dormir para prepararlo en condiciones. Finalizado el examen, el Profesor Ramón Domínguez entró en el Departamento de Fisiología y tras dudarlo unos minutos intenté ir tras él para solicitarle una entrevista. Seguir leyendo
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