Como todas las mañanas a primera hora hoy 12 de marzo de 2014 consulté las noticias de prensa de los principales medios locales y nacionales. Diariamente esas consultas aportan sobresaltos, noticias desagradables, alguna que otra agradable (rara vez); ya está uno acostumbrado, pero hoy me dio un vuelco el corazón al ver en la portada de El Correo Gallego la foto de un antiguo profesor y amigo bajo el título: “Hondo pesar por el fallecimiento de Germán Sierra Marcuño…”. Inmediatamente hice click en la entrada y leí mientras recordaba.¿Quién era el Profesor Germán Sierra?. Le ví por primera vez cuando una tarde de julio, recién finalizado el examen de Fisiología en segundo de Medicina entré en el despacho del Profesor Ramón Domínguez para solicitarle a éste que me admitiese como alumno interno en su Departamento una vez comenzase el siguiente curso. En septiembre de ese año volví a hablar con el Profesor Domínguez y éste me admitió. Comenzó entonces una larga vida universitaria, con muchas alegrías y también tristezas, éxitos y fracasos, que todavía hoy no finalizó, casi 47 años después de aquel mes de septiembre de 1966. En esa vida el Profesor Sierra jugó un papel muy importante, aunque en muchos momentos yo no lo supiese. En estas mismas páginas escribí hace ya tiempo que algún día escribiría la historia real, con datos que obran en mi poder, de la etapa convulsiva que en Fisiología vivimos entre 1972 y 19779. No es el momento todavía, aunque dos de los protagonistas ya se han ido y los otros nos hemos jubilado. Tiempo habrá, espero, para dar a conocer lo que en realidad ocurrió y cómo ocurrió.
Pero no es el momento ahora, insisto. Acabo de llegar de la despedida para siempre de alguien que siempre me ayudó, y es el tiempo del recuerdo, de hablar de la persona.
El Profesor Sierra era, por encima de todo, una buena persona, muy buena persona. Neurofisiólogo formado inicialmente en Pamplona y posteriormente en Los Angeles, Universidad de California, se volvió a España en años difíciles como eran los 60. Pudo haber escogido muchos lugares para trabajar, pero su meta era volver a Santiago, donde había nacido, y enseñar lo que fuera había aprendido en la Facultad en la que se había formado. Le costó mucho, porque no había dinero para hacer una investigación como aquellas que se hacían en los lugares en los que él había estado. Pero consiguió sus objetivos. Convenció al Profesor Domínguez y con mucho esfuerzo y gran dedicación montó un laboratorio de Neurofisiología que pronto pasó a ser puntero en el país. Mirando hacia atrás, me parece algo imposible el que pese a la falta de medios montase lo que montó. A su lado estaba una figura única e irrepetible, como era el Profesor Domínguez. Probablemente sin éste los objetivos del Profesor Sierra no se habrían cumplido, aunque ¿quién sabe?. La vida dio muchas vueltas y en aquellos años de convulsión interna en el Departamento el Profesor Sierra tuvo que empezar de nuevo de cero en otro destino, aunque en la misma Facultad, con otros objetivos, pero de nuevo salió adelante.
Creó escuela en Neurofisiología, aunque no se le hubiese reconocido (malditas políticas internas y luchas ególatras), pero esa fue la realidad. Fue él quien formó a los dos primeros neurofisiólogos del Departamento de Fisiología de la Facultad de Medicina de Santiago. Y fue él también quien fracasó en su intento de formar al tercero, yo en este caso. Como ya he comentado muchas veces me atraía más la Bioquímica, pero justo es reconocer que también fue el Profesor Sierra quien tras largas charlas conmigo y con el Profesor Domínguez, me apoyó decididamente para que me formase en Bioquímica, con particular atención a la Endocrinología, y posteriormente montase el que fue el primer laboratorio de Endocrinología de Galicia, tanto a nivel experimental en la Facultad como a nivel clínico en el Hospital Clínico Universitario de Santiago. Por eso Don Ramón Domínguez, en su discurso de recepción de la Medalla de Oro de Galicia tan solo hizo referencia a dos personas, a nivel universitario, el Profesor Sierra y yo mismo. Uno y otro, aunque este otro gracias al apoyo del primero, habíamos conseguido que el Departamento de Fisiología de la Facultad de Medicina de Santiago tuviese, cosa única en aquella España de aquellos tiempos, dos grandes y millonarios (en equipamiento, investigadores e ideas) laboratorios de investigación.
Pero las cosas no siempre fueron así, aunque años más tarde tanto el Profesor Domínguez como yo mismo reconociésemos ante el Profesor Sierra la injusticia que con él ambos habíamos cometido; cada uno en nuestro ámbito y ambos a nivel personal.
La Universidad, y en ello no difiere de una empresa, es un caldo de cultivo del yoísmo, máxime cuando las plazas a disputar son pocas y el número de aspirantes a ellas es elevado. Y así pasó lo que pasó. En un determinado momento el discípulo se rebela contra su maestro, contra quien le ayudó en todo (absolutamente todo), y comienza a sembrar insidias contra él. Y llega un momento en el que la lucha se vuelve fratricida (más bien parricida) y los que estamos en el medio, pese a que somos pocos, tenemos que tomar partido. Y ahí nace la secesión. Algunos tomamos el partido equivocado y nos ponemos al lado del ganador quien en realidad debiera haber sido el perdedor. Y el que debiera haber sido el ganador acaba resultando en perdedor. Y la situación llega a un punto límite. Cruce de acusaciones infundadas, mentiras para desprestigiar y llega el momento de que alguien plantea: “o éste o yo…”. Y el jefe que le dice: “no me hagas elegir por favor”, pero la situación límite obliga a la elección. Y la elección acaba siendo injusta y con ella somos (fuimos) injustos los que tomamos partido, equivocadamente, pero lo hicimos. ¿Resultado?, guerra total que sobrepasa al Departamento y se extiende a la Facultad. Y en este punto recuerdo una Junta de Facultad en la que se va a votar la aprobación de la escisión y recuerdo, con gran tristeza, el dignísimo discurso del Profesor Domínguez, la figura más señera de nuestra Facultad, dirigiéndose a sus compañeros de claustro para que no votasen contra él. Lo hizo por dignidad, pero con sentimiento, me consta, pues en el fondo sabía y así lo demostró después, que si la propuesta que se iba a votar era injusta también lo había sido el cúmulo de acontecimientos que habían llevado a esa situación. Y recuerdo, todavía con mayor tristeza, la votación. Solo tres votamos con el Profesor Domínguez, el resto contra él. Algo que Don Ramón nunca pudo olvidar, pero yo tampoco.
Pasaron los años, no muchos, y con la madurez (tenía ya sobre 36 años) caí en cuenta de mi actuación injusta hacia el Profesor Sierra. Difícil de explicar salvo por el hecho de que sentía devoción por el Profesor Domínguez, maestro y amigo, y estaba a su lad0 aunque éste hubiese tomado un partido equivocado. Pero la madurez obliga; por ello un día le pedí al Profesor Concheiro, catedrático de Medicina Legal e íntimo amigo del Profesor Sierra, que me concertase una cita en su despacho para en su presencia disculparme con quien había sido mi mentor y quien tanto me había ayudado en muchos de los múltiples avatares por los que mi vida transcurrió. Así lo hizo y una tarde de junio me disculpé con el Profesor Sierra por mi comportamiento hacia él, reconociendo mi error y mis culpas. Me lo agradeció profundamente, al igual que el propio Profesor Concheiro, y entendió perfectamente las razones que me habían llevado a actuar como con él había hecho. Igualmente el Profesor Domínguez supo por mí mismo de aquella reunión y aquellas disculpas. Desconozco y no puedo saberlo, ni lo podré conocer ya jamás, si aquella reunión tuvo alguna repercusión en las relaciones rotas que luego se reanudaron, pero el Profesor Domínguez y el Profesor Sierra volvieron a hablarse y mantener una cordial relación, aunque ya nunca fue lo que antes había sido.
Hoy en el Tanatorio recordaba con tristeza todo lo pasado, por eso quiero dejarlo aquí reseñado, y pensaba que de todos los protagonistas de aquella historia uno se fue hace ya 10 años, otro se fue hoy y de los restantes tan solo yo me encontraba entre los asistentes a la despedida final. Así es de injusta la vida, pero algún día daré a conocer la verdad auténtica de todo lo ocurrido, aunque solo sea para que la historia se escriba desde la realidad y no desde la injusticia.
Profesor Germán Sierra, gracias por todo lo que me ha dado. Si el Profesor Domínguez fue una persona clave en mi vida, usted también lo fue, a nivel científico y humano. Deseo fervientemente que exista algún lugar en el que puedan reencontrarse y juntos esbocen nuevos proyectos, como científicos y amigos.
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